Cracovia: más cerca del infierno de lo que parece
Un sol radiante iluminaba el día y los rostros de la gente en Cracovia. Un amigo me dijo que las polacas eran muy guapas. Hoy, no sé si por la luz del sol, porque adopté la opinión de mi colega o porque realmente son bellas, me llamó la atención su atractivo.
Yo iba caminando hacia la universidad de Economía para realizar mi segunda ronda de entrevistas a jóvenes sobre las elecciones europeas. Me sentía bien, a veces siento que estoy disfrutando del momento en este viaje, algo que normalmente me cuesta. Llego a la universidad -muy bonita, por cierto- y doy en la diana. Tras entrevistar a dos chicos que me comentan que para ellos el derecho a voto no es un privilegio, escojo aleatoriamente a una chica que no es polaca, sino ucraniana.
Es una refugiada ucraniana que vive en Cracovia con buena parte de su familia. Por lo tanto, improviso la entrevista, cambio el enfoque, y me queda el testimonio de una persona desconfiada. No confía ni en la Unión Europea, ni en la política, ni en el futuro. Se muestra reflexiva e indecisa. «Creo que Ucrania, si sigue existiendo, entrará en la Unión Europea», afirma. Desgarrador. Me despido de ella y veo como se marcha rápidamente. Por un momento siento que mi entrevista -a pesar de que me respondió con mucha entereza- la ha removido, la ha hecho reflexionar sobre lo que está sufriendo su patria. Me siento en un banco durante unos minutos, recuerdo que, en el país de al lado, están tirando bombas contra inocentes. Respiro y continúo con mi tarea. Fui respetuoso con ella, pero un periodista debe hacer todo tipo de preguntas, y sobre todo las incómodas.
Los compañeros de habitación dejan recuerdos
He decidido empezar el texto por el final de mi estancia en Cracovia, pero el principio también merece su pizca de protagonismo. En mi llegada, observo que también hay tranvía y que este albergue era muy diferente. Más adulto, más silencioso. Es menos sencillo socializar aquí. No obstante, mi compañero de habitación –Tedy– es especialmente agradable. Hablamos un rato, me comenta que en Singapur es obligatorio hacer el servicio militar. Tenemos la misma edad y siento que nos hubiéramos tomado unas cervezas, pero él se marchaba a Podgorica (Montenegro) la mañana siguiente.
Precisamente, la mañana siguiente me desperté y vi que en la cama más cercana a la mía había una chica tumbada. Cuando me acosté la noche anterior, ella no estaba. Tampoco me sorprendió, sé que estoy en un albergue con gente desconocida. De repente, ella se levanta como un resorte y va al baño. Le pregunto a Tedy –is she sick?– y me contesta –hangover (resaca)-. No más preguntas, señoría.
Ciudad acogedora y comida de categoría
Salgo a explorar la ciudad. La temperatura es buenísima, aunque seguramente en invierno el frío sea insoportable. Visualizo la Puerta de San Florián y paseo por la Plaza del Mercado, muy bonita y con un gran ambiente. Hay muchos puestos con souvenirs, camisetas de Lewandowski y comida típica. Una pena que la catedral se esté reconstruyendo porque pierde su encanto.

Aprovechando que la moneda polaca, Zloty, sale a un tipo de cambio muy rentable, como en un restaurante de comida típica del país (Bar mleczny). Patatas con salsa, ensalada y carne; muy rico. Mi problema es el de siempre, sigo con hambre al terminar.
Logro frenar mis deseos de seguir comiendo hasta que me llega un mensaje de que mi tour guiado en Auschwitz ha sido cancelado por razones de fuerza mayor. Me da por pensar en un atentado o en algo por el estilo, pero ‘afortunadamente’ el motivo es que la empresa privada que contraté -la primera que sale en Google cuando buscas ‘tour en Auschwitz’- es una impresentable. Había hecho la reserva con un mes y medio de antelación, y me notifican la cancelación 16 horas antes del evento. Por lo tanto, mando al garete la autodisciplina y me compro un helado de chocolate y fresa y visito la exposición de Bansky en Cracovia. Debo decir que me impactó mucho este gran artista y las ideas que representa en sus obras. Definitivamente, aporta espíritu crítico e inconformismo por los derechos humanos.

Emociones bloqueadas en Auschwitz
El día siguiente, sí fui a Auschwitz. Sin guía, pero pude presenciar un lugar donde miles de judíos y opositores políticos fueron asesinados por los nazis. Fue una experiencia que me cuesta explicar. Solo puedo expresar que tengo la extraña sensación de que debería haber salido más compungido. Dos preguntas me rondaban por la cabeza al terminar: ¿Por qué los nazis hacían experimentos médicos con humanos? ¿Los presos, en algún momento, miraban por la ventana con esperanza?

Tras ver el campo de concentración, la cámara de gas, los hornos… Solo sentí que estaba en un lugar histórico, pero mis emociones más profundas optaron por mantenerse ocultas. ¿Con un guía hubiera sido diferente? Puede que nunca lo sepa. Me sabe peor aún porque alrededor mío se estaban haciendo otras visitas guiadas, lo que quiere decir que la empresa que contraté es aún más impresentable que hace dos párrafos.
Última noche en el albergue. Tras ver la Plaza del Mercado bajo las estrellas, paso por recepción y oigo a un chaval californiano intentar ligar con la camarera. Hay un poco de persona en su embriaguez, no tiene ninguna opción. Siempre me ha parecido patético pillarse una borrachera en el mismo hotel donde te alojas, pero detrás de una borrachera puede haber un motivo más profundo de lo que parece a simple vista. 24 horas más tarde, estoy escribiendo esta crónica en mi siguiente destino y solo sé que, la siguiente vez que escriba, tendré picotazos de mosquitos. Me ha gustado Cracovia, su ambiente y la energía de sus gentes.