Brno: refugio de libertad
Lunes por la noche. Llego a Brno, segunda ciudad más poblada de la República Checa. Al igual que en el resto de enclaves que he visitado en este viaje-reportaje, hay tranvía. Este medio de transporte le da un valor añadido a las ciudades. Parecen más modernas, más sostenibles y más encantadoras.
Brno es bonita. Alberga catedrales góticas majestuosas, como por ejemplo La catedral de San Pedro y San Pablo. Visito, a su vez, el castillo Spilberk, que te muestra desde uno de los puntos más altos de la ciudad la panorámica de Brno. Unos jardines muy acogedores rodean la fortificación. A sus pies, hay un refugio de la IIGM. Es el Bunker 10-Z, entré. Se podían ver teléfonos antiguos, habitaciones pequeñas, servicios, mesas, baterías de electricidad…Recursos básicos para sobrevivir en el caso de que a Putin o a Trump se les vaya la mano próximamente. Me pareció destacable que hacía mucho frío en el refugio, aunque me pareció aún más llamativo que hay personas que reservan una noche para dormir en el búnker y vivir la experiencia. Además, en la información que nos facilitaban se indicaba que 500 personas podrían sobrevivir en él durante tres días en el caso de ataque nuclear.

Karaoke y europeísmo
En esta ocasión, socializar en el albergue era misión imposible. Estaba muy céntrico, prácticamente al lado de la Plaza de la Libertad, pero mis compañeros de habitación eran más mayores que yo y no tenían intención de conocer gente nueva. No es un albergue para la Generación Z.
En cambio, esta vez socialicé con gente externa al albergue. El martes por la noche me lancé a la aventura y entré en un pub ubicado en la céntrica Plaza de la Libertad. Ejercí precisamente la libertad que tengo en este viaje, donde no tengo que dar explicaciones a absolutamente nadie y hago -con responsabilidad- justamente lo que quiero hacer.

Era un karaoke, sonaba música seguramente checa en combinación con canciones de ABBA y Taylor Swift. Me iba a pedir una cerveza, pero me abordaron un chico y una chica. Rápidamente, adivinaron que era español o italiano y me dijeron que me pidiera una bebida típica de allí cuyo nombre no puedo recordar. Sí recuerdo que vi a la coctelera prepararme la copa y que mezcló cuatro tipos de alcohol diferentes con Coca Cola. Estaba muy fuerte, pero rico. La chica era eslovaca, el chico, checo. Hace no mucho, compatriotas. Ahora mismo, estudiantes y amigos. Me lo pasé muy bien con ellos, siempre se agradece cuando ocurren cosas inesperadas.
A la 1 de la mañana ya era hora de recogerme, me esperaba un largo día siguiente. Me costó lo suyo zafarme de la resistencia checoslovaca, querían que me quedara a toda costa y usaron todas las técnicas persuasivas posibles para retenerme. La mejor, la de la chica, que me dijo que ella se levantaba a las 05:30 el día siguiente. Es decir, en 4 horas. Ellos no sabían -mis amigos lo pueden corroborar- que soy difícil de convencer en este sentido. No me suelo liar. Si digo que me voy, me voy… Pero me llevo un buen recuerdo de esta ciudad también gracias a ellos.
En cuanto a mi reportaje, estuve grabando entrevistas en la Universidad Técnica. El problema fue que, a diferencia de en Cracovia, no había movimiento en esta universidad. Me costó ingeniármelas para encontrar posibles entrevistados. Finalmente, pude abordar a un par de jóvenes, ambos muy comprometidos con las elecciones europeas del 7 y 8 de junio en el caso de República Checa. Me pareció curioso teniendo en cuenta que en este país en las europeas de 2019 solo votó el 29% de la población. Estos dos amables jóvenes checos, por el contrario, se sorprendieron cuando les comenté que había gente que sentía lejana la Unión Europea y que, por tanto, no iban a votar. Breve pero intensa experiencia en Brno.
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